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23/11/18

El deseo de los feos...

No voy a comentar aquí la razón por la que tuve que acudir a urgencias. Es algo que sólo me compete a mí y a la persona que aquella noche me acompañaba. Tampoco voy a revelar su nombre, porque a Brenda le gusta permanecer en el anonimato. Y mucho menos desvelaré más detalles sobre ella. Sólo diré que es venezolana, concretamente caraqueña, y beligerante antichavista. Tal como la describen mis amigos, y especialmente mis amigas, es muy intensa... demasiado, a veces. No quisiera abrumar a mis lectores con más datos, así que, por último, mencionaré que mide 1'75 m., y que combina con absoluta elegancia y encanto una rubísima melena, brillante como el sol, unos deslumbrantes ojos azules, tan azules como el Mar Caribe, unos labios rojos de coral y unas armoniosas proporciones de 90 60 90.

El caso es que aquella noche, Brenda y yo decidimos afrontar unas complicadas y arriesgadas escenas amatorias en las que ella, disfrazada de enfermera con un sensual uniforme blanco de corta faldita de vuelo, procedería a aplicarme una profunda y exhaustiva revisión por mis recién cumplidos 100.000 km. Y así fue...

Alegando cumplir con protocolos de prevención de riesgos laborales, Brenda me inmovilizó con unas correas atándome a la camilla. Además, me enfundó un antifaz, esta vez para, según ella, proteger mi derecho a la privacidad. Una vez cegado, atado y tumbado sobre la camilla, requirió mi consentimiento para permitirle que explorase libremente hasta el último rincón de mi cuerpo. En fin, no eran condiciones muy distintas a las que nos somete un banco cuando firmamos una hipoteca o cuando instalamos una app en el móvil. Así que, pensando en que lo verdaderamente importante es la salud, pulsé aceptar y accedí...

Entre auscultaciones, palpaciones, masajes, y alguna que otra profanación digital insolente, fue subiendo mi temperatura. Y mi fiebre subió repentinamente cuando noté que una de sus manos se ahuecaba para sopesar mis gitanales, digo genitales. Al ver mi reacción, me preguntó con aparente interés si me dolía ahí. "No, no... que va, al contrario..."  pensé para mis adentros, aunque de mi boca brotó un traicionero "Sí, sí...  justo ahí me duele". Y claro, ante aquel síntoma de dolor, Brenda me indicó que procedería a explorar más concienzudamente esa zona, esta vez examinándola… oralmente. Y claro, mi dolor fue a más...

El nada inocente roce de sus manos, la cálida humedad de su boca y las lujuriosas, a la par que lascivas, caricias de su lengua, provocaron una repentina arritmia que, de no haberme distraido con  pensamientos desfibriladores, a punto estuvo de terminar en una inoportuna y profiláctica corrida. Y justamente, para evitar que el tratamiento a mi dolencia finalizase antes de tiempo, le sugerí que disminuyese la dosis indicándole, y empleé un eufemismo, que "mi fruto ya estaba maduro".

Pero fue mencionar el desafortunado término "Maduro", y sentir cómo Brenda cerraba epilépticamente su boca sobre mi aún convaleciente miembro, y cómo sus dientes traspasaban la tenue piel que lo envuelve. Juder.... qué dolor... Pero el dolor no era lo más grave...  Lo grave es que el mordisco había producido un desgarro del que empezó a manar abundante sangre. Ante lo complicado de la situación, y viendo que mi herida no tenía fácil remedio ni cura, Brenda aplicó un fuerte vendaje a mi verga y me condujo al hospital más próximo, no sin antes pedirme mil perdones por no haber podido controlar su furia antichavista.

Con grandes dificultades al andar, debido a lo apretado del vendaje, nos dirigimos al mostrador de urgencias, donde nos atendió un amable recepcionista. Con cierta vergüenza y azoramiento, le describí el origen y alcance de mi lesión. Sin levantar la mirada de su monitor, me dió de alta en el sistema e imprimió un ticket que indicaba mi turno. Brenda salió afuera a fumar para relajarse, y yo me senté en la sala de espera...

Junto a mi estaba una pareja de unos 40 y muchos años, junto a quien debería ser su hija. Una niña pequeña, muy bonita, de unos tres o cuatro añitos, que respiraba con dificultad. Le habían puesto unas gafas nasales a través de las cuales le administraban oxígeno. En su dedito tenía un sensor con el que le monitorizaban la saturación de O2 en sangre. La niña estaba en brazos de su madre, una mujer menuda vestida de negro de pies a cabeza: zapatos de charol negros, pantalón y jersey de cuello vuelto negros, y gafas de pasta... negras. La negrura de su atuendo contrastaba con la palidez de su cara, que rayaba en lo enfermizo. Su cuerpo, sin ser delgado ni grueso, carecía de curvas o de signos visibles de feminidad. Les acompañaba quien debía ser el padre, un tiarrón bastante grande, que sin llegar a ser obeso mórbido, poseía un insalubre Índice de Masa Corporal. También tenía gafas, de metal dorado. Alopécico, presumo que calvo prematuro, y de piel átona y blanquecina, encarnaba todo lo contrario a lo que hoy puede denominarse un hombre sano.

A ver... yo no soy el arquetipo de lo bello (aunque Brenda sí, que conste), pero esa chica y ese chico eran, lo que se dice, feos...  Era tan manifiesta su fealdad, que, a pesar de mi reconocida inventiva y creatividad, era incapaz de visualizarles en el momento en el que se conocieron... o cuando notaron el primer chisporroteo del amor... o cuándo él, bajo el palio de la luz crepuscular de un atardecer de verano, endulzó sus oídos con un qué guapa eres... 

Tampoco puedo concebir qué es lo que hicieron el día en que engendraron a tan bonita niña. Por las dimensiones de ambos, supongo que ella estaría encima... y él debajo. Quizás fue ella la que llevó la iniciativa... moviéndose de adelante hacia atrás... poniendo las manos sobre su tripuda barriga para no perder el equilibrio... y llegando a un éxtasis silencioso... que a él dejó con más incógnitas que certezas....

Fuese como fuese, el caso es que de aquellos polvos surgieron los lodos que trajeron al mundo a esa preciosa niña. Niña a la que deseo, de todo corazón, que se recupere lo antes posible... y que sea muy feliz.... junto con sus padres... 

Joder... la de cosas que se piensan mientras esperas en urgencias...

- S23, pase al Box número 5... S23, pase al Box número 5.

Es mi turno... Brenda aún no ha regresado... Entro en el Box (de Chanel) número 5... Previendo que fuese necesario mostrar mis heridas, decidí desabrocharme la camisa y el pantalón y desnudarme. De nuevo estaba tumbado sobre una camilla, y expuesto... aunque esta vez esperando a un doctor de verdad, titulado, espero que no con un Master de la Rey Juan Carlos... Vaya... qué embarazosa situación... jueves, noche, en urgencias y en pelotas con la polla ensangrentada por un mordisco caraqueño...

Y cuando estaba ensimismado envuelto en mis pensamientos y tribulaciones, oigo al doctor abrir la puerta del Box y decirme, con un familiar y femenino tono de voz:

- Hombre, Manolo... me lo estás poniendo muy fácil esta vez...

(Mierda... es ella... mi segunda ex... El mundo es un pañuelo).

6 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    1. Gracias por tu visita... y bienvenida a este rincón. Y gracias por tu comentario...

      No sé si seré valiente... pero temerario, bastante, jajaja.

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  2. Cuando uno se sienta, desgraciadamente, en una de esas salas… tiene tiempo más que suficiente para divagar y pensar…
    Y qué cierto que la vida es un pañuelo, además de tener ese cínico rostro que disfruta poniéndonos en situaciones como la que mencionas…
    En cualquier caso, la vida es una aventura, y mientras podamos disfrutarla
    y contarla, bendito sea!

    Un abrazo, y feliz domingo, querido amigo.

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    1. La verdad es que las salas de espera de los hospitales son lugares en donde se mezclan muchas sensaciones, y no siempre positivas preocupación, dolor... incertidumbre, resignación...

      Pero bueno, entre tanta oscuridad, a veces brota la luz... y eso es lo que quise reflejar... usando como introducción una ficticia desgracia genital de nuestro ficticio caradura favorito: Mr. Manolo Blog.

      Y como siempre, Ginebra, gracias por tu visita y comentario.

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  3. Buen giro.
    A ver como sigue.

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    1. Pues después del Giro (de Italia) viene el Tour (de Francia); y después, La Vuelta (de España), jaja.

      Gracias por la visita. Y espero que te haya gustado...

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