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13/3/20

Berta y el voyeur...

Berta, a cierta distancia, observó como Ricardo y aquella femme fatale rubia abandonaban el salón rumbo al jardín. Un arrebato de malsana curiosidad le impulsó a ocultarse tras las cortinas para observarlos...

Le sobró tiempo para confirmar, tanto por el lenguaje gestual de ambos como por la forma de tocarse al hablar, al reír, al ronear, que tenían demasiada confianza como para no haber tenido un affaire previo ya antes de aquella noche.

Y así, Berta fue consciente de que acababa de tocar la polla a alguien de quien ni sabía el nombre, y que ahora ese alguien charlaba animadamente con una francesita cincuentona a la que, con toda probabilidad, acabaría follando en alguna de las habitaciones de la casa familiar...

Qué curioso... sentía celos de un subnormal al que apenas conocía por tontear con una rubia petarda, y cuya osadía había provocado que se empapasen sus bragas.

Gracias a que aún tenía algo de ropa en la antigua casa familiar, y tras maldecir a los capullos de los hombres en general y a aquel jeta en particular, subió a su antigua habitación, a buscar recambio para su mojada ropa interior.

Mientras avanzaba por el pasillo, Berta percibió una extraña sensación: era como si alguien la estuviese siguiendo. Se detuvo en la puerta y se quedó en silencio, tratando de confirmar la presencia del misterioso acompañante. Pero la algarabía de los invitados de la planta baja impedía cualquier intento de identificación acústica. A pesar de estar convencida de que allí merodeaba alguien, decidió entrar en su antigua habitación.

Todo parecía seguir en su sitio, menos los almohadones del cabecero, que siempre estaban, para ella, mal colocados. Al ordenarlos, encontró el antifaz con el que solía dormir cuando trasnochaba. Como si de unas gafas de sol se tratase, se lo colocó en la frente, y para ver cómo le quedaba, avanzó hasta el espejo de pie que había en la entrada. Se miró, se requetemiró... puso morritos y posó en plan selfie de influencer. Y tras darse un "visto buena", comenzó a rebuscar en los cajones del armario.

Allí encontró unas preciosas braguitas de encaje de color granate, quizás algo pasadas de moda para lo que es el actual estándar minimalista del G-string. Se subió la falda y empujó la ropa interior empapada muslos abajo, hacia los tobillos, moviendo rítmicamente sus hombros, e inclinando su cuerpo hacia adelante, como si de una caña de bambú mecida por el viento se tratase.
Y después de una coordinada secuencia de movimientos circulares de ambos pies, la húmeda lencería salió disparada, finalizando su vuelo en la repisa de la cómoda...

Tras recogerlas... se fijó en el primer cajón de la cómoda... Intentó abrirlo, pero algo lo impedía... Recordó que se trataba de su cajón secreto, que sólo podía accionarse apretando una moldura en el lateral del mueble. Activó el mecanismo y, oh, sorpresa, allí apareció su colección de juguetes prohibidos que tantas noches de placer le habían regalado. El azar decidió que asignase a su dildo de vidrio templado rosa realizase la clandestina misión de proporcionarle, allí y ahora, un profundo orgasmo que le hiciese olvidar las recientes penas... y penes...

Tras despojarse de la blusa y la falda, se sentó a los pies de la cama. Apoyándose en sus manos, inclinó un poco su cuerpo hacia atrás y separó levemente las rodillas...  Desde allí, podía verse reflejada en el espejo de pie.

Se miró... con calma... y de arriba a abajo.

Y entre mirada y pensamiento, se percató de que en el espejo se reflejaba la sombra de alguien que la observaba oculto tras la puerta de la habitación...

¿Pero quién era? ¿y por qué la miraba?

El morbo de ser vista, espiada, contemplada, la excitó aún más...

Para evitar que un inoportuno cruce de miradas generase temor en alguna de las partes y diese al traste con la situación, se enfundó el antifaz...

Separó un poco las rodillas, dejando expuesto su sexo... que volvía a humedecerse al fantasear con la posibilidad de que el voyeur estuviese excitándose con sus encantos. 

Llevó una de sus manos a su entrepierna, y sus dedos comenzaron a hundirse en los pliegues de sus labios... y moviéndolos siguiendo un patrón de intensidad creciente, comenzaron a agasajar al clítoris con caricias circulares de hipnótico placer...

Se aplicó a fondo... Se imaginaba obscena, y encantadora, rozando y apretando el clítoris, cada vez más abultado, dejándose llevar por el deseo...  Cuando ya estaba a punto de sentir el latigazo del orgasmo, extendió una de sus manos, palpando con ansia la superficie de la cama en busca del dildo rosa...

Sus pezones, sensibles a la excitación del momento, las suaves cimas de sus tetas enhiestos y cada vez más duros... Mmm... lo que daría porque la boca furtiva de aquella presencia extraña se abalanzase sobre ellos y los mordisquease allí mismo....
Y justo cuando iba a introducirse el dildo en el coño... sintió un escalofrío al confirmar auditivamente que la furtiva presencia se adentraba en la habitación, cerraba la puerta y se detenía justo enfrente de ella...

6 comentarios:

  1. Cuando los deseos se convierten en realidad...
    Besos :-)

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    1. Pues sí, Mag, a veces los deseos se convierten en realidad... Y puede que esto ocurra por azar, sin que haya una participación activa, sin que tengamos que mover un dedo para que aquello que anhelamos surja ante nosotros.

      En cambio, otras veces hay que trabajar los deseos, hay que sacrificarse y luchar... sin saber si al final del camino tendremos la recompensa...

      Pero creo que hoy Berta está de suerte...

      Beso.

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  2. me pone la intensidad, lo furtivo... y que me dejes preparada para dejarme hacer...

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    1. MMM... dejarte hacer... ceder la iniciativa... el control.

      La suerte está echada, Mónica...

      Ya sólo falta que el intruso acierte con lo que quieres que te hagan...

      Y sin duda, mataría por tener una pista...

      Beso.

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  3. NO ME GUSTA EL PORNO EN LUGARES COMO ESTE

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    1. Si hay algo que no gusta, lo mejor es no verlo... ni tocarlo.

      Gracias por la visita... y por no callar.

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