El afán por sentirse usufructuaria y dueña de una relación romántica, de felicidad empalagosa y dulzona, de polvo nocturno y besitos y caricias al despertar, y de fiel compromiso de permanencia eterna (“hasta que la muerte os separe”), se desvaneció hace tiempo...
Ahora no quería, ni sentía eso...
Ahora sentía un irreprimible, y lascivo, deseo de ser poseída por un hombre de verdad, por un macho poderoso... pero también abierto, empático, tierno y sensible... capaz de leer entre líneas, y sobre todo entre sus labios.
Su deseo no obedecía a las razones de la razón, sino a las de su corazón y su piel. Cada vez que emergía entre sus piernas, loco, furioso y muy morboso, la dominaba sometiéndola sin piedad... impidiéndole pensar, ordenar ideas... y eso le gustaba.
¿Para qué pensar? ¿Para qué tratar de entenderlo?
No... no quería explicar esa fuerza vital, ese furor uterino que reafirmaba su feminidad, su estima… su confianza… Sólo quería que dejase de estar encerrada en su mente... y convertirla en real.
Pero eso no resultaba tan sencillo...
Dadas sus circunstancias, sólo podía aplacarlo parcialmente. Así, cuando por por arte de birlibirloque surgía de la nada un fugaz y breve momento de soledad e intimidad en su ajetreada vida familiar y social, sacaba de su secreta cajita a su juguete favorito. Tras comprobar el estado de la batería, se tumbaba sobre la cama... desnuda... abierta... muy abierta... lo encendía... y lo ponía en un modo de vibración y succión lento, para empezar... y con suavidad y cuidado lo aplicaba sobre su clítoris.
Y aquella tarde, después de comer, sin nadie en casa, surgió ese momento...
Nivel tres, pop, pop, pop... comienza la diversión. Cuatro... el cosquilleo resulta muy placentero. Cinco, calor... aunque su cabeza está fría y centrada en su placer... El hormigueo se extiende por todo su cuerpo. Seis, la risilla tonta... una risa de gozo, de "no puede ser", de porrito suave. Siete, el calor se convierte en humedad... y el hormigueo en erupción. Ocho, pellizca sus pezones, mueve la cabeza de un lado a otro, empuja sus caderas hacia arriba, convulsiona, tiembla... escupe improperios por la boca... Nueve, ya es un estallido, un terremoto con el
clítoris como epicentro, que electrifica todo su cuerpo. Diez... 10 de 10.
El alivio es temporal... suficiente para ese día, pero insuficiente para saciar su apetito y su sed de deseo...
Lo que quiere es algo real, tangible... palpable...
Lo que quiere es a ese hombre... a un hombre alto, fuerte, dominador... de manos grandes, espaldas anchas facciones bien marcadas... y dotado de una imponente virilidad entre las piernas.
Exhausta aún por el reciente fragor de su furtiva masturbación, imagina un encuentro con ese "animal mitológico"...
Lo miraría a los ojos, para sentir como se pone nervioso. No quiere ser directa, prefiere insinuar, que parezca que no busca nada, aunque su ropa interior diga lo contrario. Echaría a un lado su melena, dejando su cuello al descubierto... Caldearía el ambiente sentándose en una butaca, ataviada con un salto de cama... y abajo sin ropa interior... Separaría lentamente sus piernas... lo miraría... con fuego en los ojos... mordisqueando su labio... Y finalmente, acercaría la mano a su entrepierna.. mostrándole el camino.
Fantasearía con la sensación de notar cómo se empalma y empieza a desearla... Ha llegado el momento de que la folle... profundamente... y de que pierda el control... como un animal salvaje... Ha llegado el momento de que la someta... de que la convierta en su esclava... y de que la azote, si así lo desea; quiere sentir sus embestidas salvajes... quiere sentir un infierno celestial en su coño... en su vientre.
Y quiere que dure... muy dura... muy duro... y que se corra en sus labios... y que su lengua se divierta con su semen ardiente.
Quiere ser dulce e inocente, perversa y caliente, su hembra... su puta.
Y sumida en estos pensamientos y deseos... miró el reloj... Era tarde...
Apresuradamente se vistió... Mojada aún por el deseo, se puso el culotte y se enfundó el primer vestido que encontró... y rauda se dirigió al club de pádel donde aquella tarde ejercía de instructora.
Al llegar, miró la agenda... tenía un nuevo alumno: Alberto...
Se dirigió a la pista número 3, y allí estaba él...
Se acercó a saludarlo... extendiendo la mano, pero Alberto se tomó manga por hombro, y sin soltar su mano, la atrajo hacia sí y le espetó dos besos... el último peligrosamente cerca de sus labios...
Y eso provocó un latigazo en su entrepierna, que volvió a empaparse al pensar que Alberto era... su hombre.
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