Fue en un café, en Torrelodones. Llegó tarde. No me importó (esa vez). Entró con cierta cautela, como si midiera el peligro que yo podía entrañarle, quizás pensando que un tipo como yo podía ser más de lo que ella estaba preparada para manejar. Se acercó a la mesa, con un aura de magnetismo que me atrapó silenciosamente. Se sentó enfrente… no dijo nada. Sus ojos prometían problemas… y su sonrisa los confirmó.
No tardé mucho en darme cuenta de que era vehemente, contradictoria, jodidamente desconcertante… pero que, por suerte, carecía de los repentinos problemas morales de mi penúltimo error. Su carácter era un campo minado: podía ser puro fuego, llevando la conversación por temas sexuales explícitos (¿has estado aquí con otras a las que te follaste?), quizá excesivos para un primer encuentro, y al segundo, cuando yo pretendía seguir su juego preguntando si le gustaba más arriba o abajo, un muro de hielo insípido que me hacía preguntarme si me habría pasado de frenada... Ella debió darse cuenta de que ese intercambio de pajas mentales no estaba causando el efecto deseado, por lo que decidió cambiar de tercio.
Y con el cambio, la conversación fluyó como un río revuelto, sin un hilo conductor claro, hablando de todo y de nada. Poco a poco, sus facciones se fueron suavizando, y mi propia guardia, que estaba
alta por si ella soltaba alguna de las suyas, también bajó. Empezamos a sentirnos cómodos y confiados... tanto como para que ella confesase que tuvo dudas en aceptar la cita, porque yo le parecía un "tío chungo". Tiene gracia... yo pensaba que la chunga era ella...
Y mientras los cafés se enfriaban y la conversación se calentaba, se quitó la chaqueta y, girando el torso, la colocó sobre el respaldo de la silla. Fue en ese momento cuando su blusa se abrió fugazmente, dejando entrever la suave promesa de sus voluptuosas curvas, un atisbo de piel que capturó mi mirada y aceleró mi pulso.
No sé si fue consciente del efecto que provocó… O tal vez sí, a juzgar por la chispa fugaz en sus ojos… El caso es que en ese instante desató un huracán en el que yo, contra todo el sentido común que nos es propio en los Libra, ya sólo quería meterme de lleno.
Y nos metimos, de cabeza y sin frenos, en un lío que sabíamos que tarde o temprano iba a doler… Pero, ¿qué cojones?, la vida si no duele no es vida… y hay que vivirla, porque quizás no haya un mañana, un otra vez, o un después.
Ambos éramos conscientes de que lo nuestro sería clandestino desde el principio, un secreto que ninguno de los dos podemos permitirnos, pero que tampoco queremos evitar. Porque no necesitamos compañía vertical, ni noches enteras, ni promesas susurradas al amanecer e incumplidas al mediodía. Nos basta con poco… con un encuentro furtivo, arrancado a través de las grietas del tiempo y del espacio que rodea nuestras vidas.
Y ahora estoy en uno de ellos, escribiendo estas líneas durante uno de los tedios que separan nuestros episodios de pasión, desde un motel en las afueras…
No sé cómo acabará esto…. ni quiero saberlo.
Wuauua me has dejado con ganas de saber más. Esa cita clandestina que promete ni se sabe cual, un encuentro furtivo, te metiste de lleno en emociones intensas, de las que atrapan y son difíciles de salir de ellas, son como un vicio.
ResponderEliminarMe ha encantado volver a leerte, Manolo, no pienso perderme ni un capítulo.
Besos.
Gracias, María…
EliminarAquí están dos tíos “chungos”… unidos por el deseo… libres para decidir, para sentir y experimentar… capaces de crear, de provocar, de incitar… de comunicar… conscientes de que la vida tiene sentido cuando tu melodía resuena armónicamente con quien y con lo que te rodea. Son dos almas que se miran sin miedo, que se desafían y se encuentran, bailando al borde de un abismo, sabiendo que cada paso, cada roce, cada mirada, puede ser el último; sin promesas, pero con toda la verdad que cabe en un instante.
La historia sigue… adentrándose en lo desconocido