Ahora recuerdo cómo me encandilaron el primer día que las contemplé... furtivamente... al cederte el paso a la entrada de aquel restaurante....
Mis dedos se licúan... y llueven sobre tu piel... acariciándola. La primera gota -para ti inesperada- provoca un leve espasmo en tus glúteos... Advierto tu reacción y mis dedos, traviesos, experimentan el placer de desencadenar minúsculos seísmos y réplicas en tus trémulas carnes.
Mis digitadas gotas de lluvia se deslizan, pendiente abajo, hacia el meridiano que divide en dos hemisferios el mundo que estoy explorando.
Con cada mano en un hemisferio... derramo mis dedos que convergen en la comisura de tus nalgas.... Las separo levemente... Tu piel se eriza...
Ahora soy viento... suave... cálido... Céfiro que recorre tu valle... de norte a sur...
Quiero saborearte... Mi lengua se posa en el epicentro del meridiano del placer...
Tus nalgas, instintivamente, se endurecen... se tensan, quizás tratando de cerrarme el paso.
Vano intento...
Convéncete: ya nada me detendrá...
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