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3/1/22

Cuidado con los deseos: se pueden cumplir...

Aquel fin de semana parecía propicio para probar los Polvos Mágicos que adquirimos en nuestro viaje a La Habana. Nuestras respectivas proles tenían planes lejos del hogar, lo cual nos permitía disponer del espacio y del tiempo a nuestra voluntad...

Apagamos los móviles, abrimos una botella de mencía de la Ribeira Sacra. Brindamos. Chín, chín. Nos besamos y magreamos.... y nos dispusimos a preparar el rito del Ebbó Missi...

Seguimos escrupulosamente las instrucciones de la santera Juana. 

Lo primero, llenar la bañera con agua. Esto era fácil. 

Después, fui a la cocina a preparar la mezcla de leche, miel, canela en polvo y aceite de almizcle. Como me encanta probar todo, mojé mis labios en el mejunje... y no sabía nada mal. 

Posteriormente, cogí las gerberas del jarrón de la entrada y las llevé al baño. Mmm... ella había encendido las velas perfumadas. 

Desojó con cuidado las flores, esparciendo los pétalos en el agua endulzada...

Sólo faltaban las sales... 

Fue a buscarlas a la secreta "caja de los secretos", en donde también guardamos nuestro arsenal de juguetes de placer, dentro del armario de nuestro dormitorio.

Regresó al baño... totalmente desnuda. Ufff.... me encantaba verla así... al natural. Mis ojos se clavaron en los suyos, chispeantes de deseo. Bajé levemente la mirada para centrarme en su boca y en como mordía su labio inferior. Gracias a mi visión periférica pude notar también el endurecimiento de sus pezones... y hasta, hilando muy fino, la humedad de su sexo. Ante tal variedad de sugerentes estímulos visuales, y viendo que mi polla exigía imperiosamente liberarse de las apreturas de mi pantalón... procedí a desnudarme.

Ya estábamos listos... Vertió con cuidado las sales... espolvoreándolas sobre los pétalos y el agua. Como si de una reacción química se tratase, al momento se formó una abudante, aromática y blanca espuma...

Me miró y me hizo un gesto con la cabeza para que me metiese en el agua... Después se metió ella, pero en mi mismo lado, dándome la espalda. Se acomodó entre mis piernas y, recostándose sobre mi pecho, me acarició la barbilla... Y sin que mediase orden consciente alguna por mi parte, mis manos se posaron sobre sus tetas... 

Ya sólo quedaba solicitar la bendición a Oshún, darle conocimiento del favor o gracia deseada  y sumergirnos un minuto bajo el agua...

Qué curioso... durante todo el tiempo que medió entre nuestra visita a la tienda de la santera y nuestro baño a la luz de las velas nunca hablamos de lo que íbamos a pedir, y tampoco es que yo hubiese pensado mucho en ello... Y es que siempre he preferido vivir el momento y no pensar mucho ni en el pasado, ni en el futuro. Y ella también. Somos así, de hoy, de aquí y ahora, de presente de indicativo. Y ese presente estaba ahora entre mis brazos, con su piel cubierta de espuma y sus manos acariciándome... y acariciándose... Sin duda, ella era única, irremplazable e inimitable... y por eso estaba convencido, y así se lo hice saber en no pocas ocasiones, de que una obra de arte como ella tenía que ser preservada replicándola o, mejor, clonándola. Desconozco el por qué, pero ella decía y pensaba lo mismo sobre mi.

Y mientras estaba ensimismado con estos clónicos pensamientos, de repente ella se echó enérgicamente hacia atrás y forzó nuestra simultánea, y para mí aún no deseada, inmersión... Sin tiempo apenas para tomar la cantidad idónea de aire, hice de tripas corazón con la poca que almacenaban mis pulmones. Intenté mentalmente llevar la cuenta del tiempo que llevaba con mi cabeza bajo el agua, y de los segundos que faltaban. Cuando llegué a 20 empecé a ponerme algo nervioso... y con 30 el pánico se apoderó de mi. Intenté zafarme de la opresión de su cuerpo para dar una bocanada de aire... Pero ella, no en vano especialista en freediving, lejos de permitirlo, me empujó con más fuerza hacia abajo. El puto ritual de los cojones empezaba a convertirse en un juego peligroso... joder... joder... joder...

40 segundos... Ni de coña iba a llegar... Me faltaba el aire, me ahogaba... y, ella, encima, no me permitía respirar...  Mi instinto me decía que tenía que apartarla para buscar oxígeno y respirar... Seguro que Oshún consideraría que mi asfixia y sufrimiento eran sinceras muestras de veneración y respeto... Además, no creo que le importe que no sea un minuto exacto... ¿qué más da 50 que 60?

Y de la misma forma que empezó la inmersión, ésta terminó. Ella se echó hacia adelante, se incorporó brevemente y dio media vuelta poniéndose de frente a mi... Respiré 1, 2, 3, 4, 5 veces, jadeando pesadamente, tratando de meter todo el aire que podía en mis exhaustos pulmones. Poco a poco fueron bajando mis pulsaciones, y activándose mis sentidos... Pude sentir sus pantorrillas y muslos sobre mi abdomen, y uno de sus pies acariciando mi pecho, mis pezones y mis hombros... No podía verla, ya que mi cara estaba llena de espuma, pero percibía que una sonrisa entre pícara y maliciosa adornaría su cara...

Sin poder abrir aún los ojos, oí unos pasos dirigiéndose hacia el armario donde guardamos la ropa de baño...  

Me sorprendió escucharte diciendo:

- Oh, una toalla... gracias, es usted muy amable, Mr. M... 

¿Gracias? ¿a Mr. M? Qué raro, eso de nombrarme como "Mr. M" sólo lo reservaba para nuestros juegos de alta tensión sexual... 

Pero aún más me sorprendió escuchar una voz muy familiar que te respondía con un:

- Gracias las que usted tiene, Mrs. T

No pude profundizar mucho en analizar qué estaba pasando ya que al poco sentí en mi hombro el roce de una toalla. La cogí, me sequé la cara y los ojos. Me giré y te la devolví dándote las gracias por acercármela, todavía algo aturdido y confuso por el extremo ritual.

Abrí los ojos... y, tal como suponía, estabas frente a mi, en la bañera, con tus tetas emergiendo sobre la espuma y con una traviesa sonrisa iluminando tu cara. 

Pero... ¿un momento? Si tú estás ahí... y yo aquí... en la bañera... y ninguno de los dos ha salido de ella... entonces, ¿quién demonios nos ha acercado las toallas?...

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