Al final, he tenido que ir a terapia…
Algo me estaba fallando en la cabeza…
Una tuerca que no sabía que estaba suelta..
No es nada grave… seguro que se arregla.
Son ya varias sesiones, y empiezo a sentirme mejor.
Es como si esas preguntas que me formula el desdichado psiquiatra que me atiende estimulasen mi capacidad de introspección y de indagar en los motivos por los que mi mente actúa en contra de mis deseos, boicoteando activamente su consecución.
Me dice que quizás es la pulsión de muerte sugerida por Freud o que poseo un muy crítico superyó, los que están saboteando mis deseos… los que reprimen mi inconsciente… los que conspiran para crearme la necesidad de cumplir con absurdas normas morales autoimpuestas.
Cree que no está todo perdido, que aún tengo solución.
Me ha prescrito quedar contigo, verte, charlar, tomar una cerveza, sin gluten, y dar un paseo por el bosque, o por la playa, al atardecer, caminando a tu lado, pero retrasándome ligeramente, por los efectos secundarios de deleitarme con el vaivén de tus caderas… y de gozar con con la agradable sensación de comprobar en el brillo de las estrellas de tus ojos la certeza de tenías de que lo estaba haciendo…
Soy predecible… ya lo sabes.
Pero no basta con eso... es necesario más.
La terapia incluye un innovadora combinación de acciones sobre nuestras mentes y almas… pero también sobre nuestros cuerpos…
Orandum est ut sit mens sana in corpore sano, qui spatium vitae extremum inter munera ponat naturae…
Será necesario que recorramos sus contornos, que nos detengamos en sus extremos, en sus curvas, en sus valles, cartografiando detenidamente cada uno de los pliegues y resortes que activan el éxtasis metafísico, sin principio ni final, en el que se subliman los deseos.
Es por mi salud… y por la tuya. Debemos hacerlo. Tres veces al día, cada 8 horas.
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