El orden mundial se tambalearía. Las ciudades se convertirían en hervideros de deseo y caos, las relaciones humanas se redefinirían en un torbellino de necesidad y pragmatismo. La moral tradicional se hace añicos; la fidelidad, el "hasta que la muerte nos separe" se convierten en un lujo obsoleto, un recuerdo de tiempos más simples. Los prejuicios se deshacen como papel mojado: el vecino que nunca miraste, la persona que juraste evitar, de repente podrían ser tu salvación. Y al revés, quienes te despreciaban podrían buscarte con ojos nuevos.
El poder cambia de manos. Los carismáticos, los audaces, los que saben navegar este nuevo mundo de carne y confianza, ascienden. Los gobiernos intentan regularlo, pero ¿cómo controlas algo tan primal? Aparecen mercados clandestinos de "parejas verificadas", aplicaciones que te emparejan según compatibilidad inmunológica, y hasta cultos que veneran el acto como un ritual sagrado. Las calles vibran con una mezcla de tensión, liberación y peligro.
Y en medio de este torbellino pandémico, un intruso inesperado, un efecto secundario: el amor. Oh… siempre está ahí, oculto, agazapado… Para evitarlo, intentas actuar con pragmatismo frío, casi como un trámite. Con la vecina, por ejemplo, esa mujer que siempre te saluda con un gesto seco mientras riega sus plantas. No es tu tipo, no te mueve nada, pero está cerca, es conveniente, y ella también necesita cumplir el requisito. Así que lo haces: un acuerdo tácito, mecánico, robótico. "Por sobrevivir", te dices, mientras intentas no mirarla demasiado a los ojos. Pero entonces, en medio de esos encuentros supuestamente fríos, algo pasa. Una risa torpe, un roce que no esperabas, una confesión casual mientras se visten rápido para volver a sus vidas. Y de pronto, mierda, sientes algo. ¿Enamorarte? ¡Vaya putada! Justo cuando intentabas mantenerlo todo en piloto automático, tu corazón traicionero decide meterse en el juego. Ahora cada encuentro es un tira y afloja entre la necesidad de inmunidad y el deseo de que ella te mire como algo más que un medio para un fin.
O imagina el otro lado: te ofreces a “ayudar” a alguien que te ha tentado desde hace tiempo. Esa mujer del pádel, la que sonríe a tus ocurrencias y te dedica miradas que te desarman, esa por la que siempre has sentido una atracción contenida y un deseo inquietante de estar a solas con ella… y lo que surja. Ella busca su inmunidad… y te llama, nerviosa, apurada… y tú aceptas, convenciéndote de que es un gesto noble por culpa de la pandemia. Pero en el fondo, sabes que es una mentira piadosa porque la deseas. El primer encuentro te incendia por dentro, y aunque debería ser solo un trámite, algo pasajero, sientes un chispazo y ansías que haya algo más. ¿Y si ella también lo siente? ¿Y si este mundo desquiciado te brinda la oportunidad de acercarte a alguien a quien has deseado en silencio? Pero las reglas son las reglas: mañana, ella estará con otro, y tú también. El amor, en este caso, es una tentación peligrosa, un lujo a evitar porque te puede romper.
Y luego está el dilema que te quema por dentro: ¿y qué pasa con tu pareja? La persona con la que compartías todo antes de que el mundo se volviera loco. Ahora, cada día, otro tiene que inmunizarla. ¿Cómo lo aceptas? Al principio, intentas racionalizarlo: es por su vida, por la tuya, por los dos. Pero la imagen se cuela en tu cabeza: alguien más tocándola, alguien más siendo su salvación. Una tarde, el vecino cruza el umbral de tu casa, con esa sonrisa nerviosa que dice que sabe lo que viene. ¿Qué haces? ¿Te quedas, fingiendo leer un libro mientras el ruido del dormitorio te atraviesa? ¿Te vas, dando un portazo para no imaginarlo? ¿O miras furtivamente por la rendija de la puerta, atrapado entre el rechazo y una curiosidad que no confesas?
Peor aún: tu mujer, que nunca fue muy sexual, que siempre parecía cumplir contigo por rutina, se transforma con él. Lo oyes, lo ves: se apasiona, le hace cosas que contigo ni soñó, movimientos y gemidos que no sabías que llevaba dentro. ¿Lo resistirías? ¿Podrías mirarla después sin que te carcoma la rabia o la impotencia?
Algunos dicen que no quieren saber, que prefieren fingir que no pasa. Otros sienten un morbo extraño, una curiosidad enfermiza y malsana. ¿Y si lo vieras? ¿Y si, contra todo pronóstico, ese pensamiento te engancha, te excita incluso, y te descubres atrapado entre el asco y el deseo? La pandemia no solo rompe cuerpos; destroza lo que queda de tus certezas.
El amor, el morbo y la supervivencia se enredan en un caos imposible. La vecina que no te atraía te atrapa con su vulnerabilidad. Esa persona que deseabas te tienta aún más. Y tu pareja, entre celos y pasiones nuevas, te empuja a decidir: ¿te dejas llevar o luchas por no sentir nada en este mundo roto?
¿Qué harías tú? ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar?
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