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9/3/25

Pandemia qarnal…

Imagina un mundo golpeado por una nueva pandemia, una que no respeta fronteras, mascarillas ni promesas de vacunas. 
 
Tras años de investigación desesperada, científicos filipinos, han conseguido demostrar que la inmunidad sólo es posible teniendo relaciones sexuales. Pero no sirve con tu pareja de siempre, porque el cuerpo la reconoce, la detecta y los anticuerpos que ha ido generando a lo largo del tiempo no activan la respuesta inmune. Solo las relaciones sexuales con alguien diferente, con alguien nuevo pueden superar esa "resistencia" y despertar la protección necesaria. Además ha de ser consentido, porque de lo contrario la inmunidad no se activa. Así que la clave está en la novedad, dando igual el color o el sabor, y en no fallar (o no follar) un día, porque si no encuentras a alguien, te enfrentas a una cuarentena estricta. El sexo ya no es placer, sino supervivencia, que ha de ser renovada constantemente. 

El orden mundial se tambalearía. Las ciudades se convertirían en hervideros de deseo y caos, las relaciones humanas se redefinirían en un torbellino de necesidad y pragmatismo. La moral tradicional se hace añicos; la fidelidad, el "hasta que la muerte nos separe" se convierten en un lujo obsoleto, un recuerdo de tiempos remotos. Los prejuicios se deshacen como papel mojado: el vecino que nunca miraste, la persona que juraste evitar, de repente podrían ser tu salvación. Y al revés, quienes te despreciaban podrían buscarte con ojos nuevos.

El poder cambia de manos. Los carismáticos, los audaces, los que saben navegar este nuevo mundo de carne y confianza, ascienden. Los gobiernos intentan regularlo, pero ¿cómo controlas algo tan instintivo y primitivo? Aparecen mercados clandestinos de "parejas verificadas", aplicaciones que te emparejan según compatibilidad inmunológica, y hasta cultos que veneran el acto como un ritual sagrado. Las calles vibran con una mezcla de tensión, liberación y peligro.

Y en medio de este torbellino pandémico, un intruso inesperado, un efecto secundario: el amor. Oh… siempre está ahí, oculto, agazapado… Para evitarlo, intentas actuar con pragmatismo frío, casi como un trámite. 

Con la vecina, por ejemplo, esa mujer que siempre te saluda con un gesto seco mientras riega sus plantas. No es tu tipo, no te mueve nada, pero está cerca, es conveniente, y ella también necesita cumplir el requisito. Así que lo haces: un acuerdo tácito, mecánico, robótico. "Por sobrevivir", te dices, mientras intentas no mirarla demasiado a los ojos. Pero entonces, en medio de esos encuentros supuestamente fríos, algo pasa. Una risa torpe, un roce que no esperabas, una confesión casual mientras se visten rápido para volver a sus vidas. Y de pronto, mierda, sientes algo. ¿Enamorarte? ¡Vaya putada! Justo cuando intentabas mantenerlo todo en piloto automático, tu corazón traicionero decide meterse en el juego. Ahora cada encuentro es un tira y afloja entre la necesidad de inmunidad y el deseo de que ella te mire como algo más que un medio para un fin. 

O imagina el otro lado: te ofreces a “ayudar” a alguien que te ha tentado desde hace tiempo. Esa compañera del trabajo que sonríe con tus ocurrencias y por la que sientes un deseo inquietante de estar a solas con ella… y lo que surja. O esa madre del amigo de tu hijo con la que coincides los veranos en la playa y por la que siempre has sentido una atracción contenida. Ella buscaría en su agenda... un donante de inmunidad… ve tu foto, y te llama, nerviosa, apurada… y tú aceptas, cómo no, convenciéndote de que es un gesto noble por culpa de la pandemia. Pero en el fondo, sabes que es una mentira piadosa porque la deseas. El primer encuentro te incendia por dentro, y aunque debería ser solo un trámite, algo pasajero, sientes un chispazo y ansías que haya algo más. ¿Y si ella también lo siente? ¿Y si este mundo desquiciado te brinda la oportunidad de acercarte a alguien a quien has deseado en silencio? Pero las reglas son las reglas: mañana, ella estará con otro, y tú también. El amor, en este caso, es una tentación peligrosa, un lujo a evitar porque te puede romper.

Y luego está el dilema que te quema por dentro: ¿y qué pasa con tu pareja? La persona con la que compartías todo antes de que el mundo se volviera loco. Ahora, cada día, otro tiene que inmunizarla. ¿Cómo lo aceptas? Al principio, intentas racionalizarlo: es por su vida, por la tuya, por los dos. Pero la imagen se cuela en tu cabeza: alguien más tocándola, alguien más siendo su salvación. Una tarde, el vecino cruza el umbral de tu casa, con esa sonrisa nerviosa que dice que sabe lo que viene. ¿Qué haces? ¿Te quedas, fingiendo leer un libro mientras el ruido del dormitorio te atraviesa? ¿Te vas, dando un portazo para no imaginarlo? ¿O miras furtivamente por la rendija de la puerta, atrapado entre el rechazo y una curiosidad que no confesas?


Peor aún: tu mujer, que nunca fue muy sexual, que siempre parecía cumplir contigo por rutina, se transforma con él. Lo oyes, lo ves: se apasiona, le hace cosas que contigo nunca hizo, movimientos y gemidos que no sabías que llevaba dentro. ¿Lo resistirías? ¿Podrías mirarla después sin que te carcoma la rabia o la impotencia? 

Algunos dicen que no quieren saber, que prefieren fingir que no pasa. Otros sienten un morbo extraño, una curiosidad enfermiza y malsana. ¿Y si lo vieras? ¿Y si, contra todo pronóstico, ese pensamiento te engancha, te excita incluso, y te descubres atrapado entre el asco y el deseo? La pandemia no solo rompe cuerpos; destroza lo que queda de tus certezas.

El amor, el morbo y la supervivencia se enredan en un caos imposible. La vecina que no te atraía te atrapa con su vulnerabilidad. Esa persona que deseabas te tienta aún más. Y tu pareja, entre celos y pasiones nuevas, te empuja a decidir: ¿te dejas llevar o luchas por no sentir nada en este mundo roto?

¿Qué harías tú? ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar?

4 comentarios:

  1. Desde luego, tengo que felicitarte, además de por tu magnífica narrativa, por tu gran inventiva que, dicho sea de paso, no dista mucho de este mundo distópico en el que ya te puedes esperar cualquier cosa.

    Y respondiendo a tu pregunta: creo que nunca sabemos a ciencia cierta cómo actuaríamos en una situación límite de esa o cualquier otra índole, por la que nuestra vida corriese algún peligro; pero así en frío, viéndolo desde la barrera y subrayando como muy ciertos muchos de los argumentos que se contemplan en tu texto, ni por asomo caería en las redes de esa vorágine carnal que me alejase de mi concepto de lo verdaderamente trascendental de la vida. Supongo que sería la típica rebelde, puestos a imaginar, que junto a otros tantos que pensasen como yo, hiciesen sus propias luchas y trincheras para no ser arrastrados por esa sociedad infectada con algo mucho más demoledor que el propio virus.

    Si se pierde la humanidad, en su sentido más amplio de la palabra y desde mi punto de vista aquí en frío como te digo, no hay mundo que valga la pena ser habitado.

    Ha sido un placer leerte, y contestar a tu pregunta.

    Un abrazo, querido amigo 💙

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    1. Ginebra, agradezco tu comentario.

      Como bien señalas, la integridad de nuestros valores a menudo conlleva un aislamiento, una forma de confinamiento autoimpuesto. La resistencia a la deshumanización, en paradójicamente, nos separa de la muchedumbre de los que priorizan la supervivencia a cualquier coste.

      Mi idea era explorar la posibilidad de relaciones deseadas, consensuadas, donde la conexión humana persiste en medio del caos… y donde pueden brotar emociones, pasiones, dudas… morbo.

      Porque al final, la vida con picante… sabe mejor.

      Beso.

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  2. Qué original lo que has platenado, Manolo, una pandemia sexual, donde no haya límites, y hacerlo con el que te cruzas cada día que te da un revuelco el corazón cuando lo ves, y nos cruzamos la mirada, pero que no sabes quién es, o cuando viene el fontanero a arreglar el grifo y en vez de arreglarlo nos ponemos a charlar ni se sabe el tiempo jajajaaj, me has hecho volar en imaginación con tu entrada, Manolo, no se puede venir aquí uhmmmm termino más allá de donde me encuentro, está bien volar un poco. Me gusta el morbo haces tentar jajajaaj.

    Un placer leerte.

    Un beso.

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    1. María, gracias por venir… aunque eso te haga ir más allá de dónde quiere estar, jaja… Joder, realmente eso es un halago… porque de eso se trata: de estimular la imaginación, de ir más allá de donde uno suele estar… consiguiendo estar mejor de lo que uno estaba.

      Y es que siempre apetece volar…

      Besos.

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