Es una sensación extraña. Te siguen (y sigues) a cientos, o miles de personas en redes sociales, pero realmente no conoces a casi nadie. Y viceversa...
Grandes números para conseguir status social, pero que te dejan por dentro un vacío inmenso. No te leen, ni te escuchan, sólo responden mecánicamente con un "me gusta", quizás esperando reciprocidad.
Estamos atrapados en una dinámica de autopromoción, en la que subimos fotos impecables, historias editadas y reels ansiando un poco de atención.
Esta abundancia digital, saturada de notificaciones y presión constante por superar el último post, erosiona nuestra intimidad y nos sumerge en un mar de superficialidad. Es una paradoja que, en la era de la hiperconexión, nos sintamos tan desconectados.
Hace treinta años, en los lejanos y felices 90, la realidad era radicalmente distinta. Nuestra agenda cabía en una libretita o un papel doblado, con apenas 9 o 10 números de teléfono anotados a mano. Sin smartphones ni internet, la comunicación se forjaba en la escasez, lo que le otorgaba un valor incalculable.
Un símbolo de esa época eran las cabinas telefónicas. Recuerdo cuando a las 22:00 hacía cola frente a una, esperando mi turno para llamar a mi novia. Todos aguardábamos al horario reducido de Telefónica, dosificando las monedas, planificando la conversación, midiendo cada palabra y cada segundo. Era un ritual de paciencia y anticipación, donde cada interacción contaba.
Los móviles fueron un avance, sí, pero con sus propias limitaciones. No había videollamadas ni chats ilimitados, pero incluso en esa transición, las emociones encontraron un cauce: los SMS. Sin embargo, tenían un coste. Y la escasez, una vez más, agudiza el ingenio. Una de las formas más ingeniosas de decir un "te quiero" sin dejarte la cartera era la llamada perdida: marcar, dejar que sonara una vez y colgar. Era gratis, un truco nacido de la necesidad, y sin embargo, cargado de un profundo significado que solo aquellos que lo vivieron pueden comprender.
Enviar una llamada perdida era un acto de vulnerabilidad y deseo. Sentía el corazón acelerado al hacerlo, imaginando cómo el receptor —quizá un amigo, quizá alguien especial— vería ese número y sabría que estaba en mi mente. Era una manera de decir “te quiero” o un “pienso en ti”, sin gastar un céntimo, un susurro silencioso que cruzaba la distancia. Recibirla, por su parte, traía una mezcla de curiosidad y calidez, como si un hilo invisible se tensara entre dos personas.
El contexto lo hacía aún más intenso. Una llamada perdida a medianoche era un grito de anhelo, un eco de insomnio compartido. Durante el día, podía ser un “¿dónde estás?” o un “no te olvido”. No había necesidad de explicaciones; el código era intuitivo, un lenguaje que solo entendían quienes lo practicaban. En esa escasez de recursos, cada vibración del móvil se convertía en un tesoro emocional, una conexión pura que no requería filtros ni poses.
Quizá por eso, en medio de esta era digital, a veces cierro los ojos y recuerdo esas colas a las 22:00, el frío de la cabina, el sonido de las monedas. O la primera vez que envié una llamada perdida, con el pulso temblando, sabiendo que ella, al otro lado, la recibiría como un mensaje de amor
Fue un tiempo donde menos era más, y el corazón hablaba más fuerte que cualquier pantalla.
... y se escuchaba, porque no había el ruido digital que distrae; y anula.
ResponderEliminarHoy, la nostalgia anida aquí.
Gracias, Maia, por tu visita y comentario. Necesitamos momentos de silencio, de reflexión, de emoción... y sí, de nostalgia... y de deseo, ¿por qué no?, con los que podamos huir de ese ruido digital que mencionas.
EliminarQué alegría que hayas vuelto a escribir, Manolo, me he pasado estos días por aquí, y no tenías nada, y ahora al ver que habías publicado desde mi reader, me vine corriendo. amos
ResponderEliminarY estás en lo cierto, no teníamos móviles, en aquellos años, y teníamos que ir a las cabinas, esperando largas colas para hablar con los novi@s, y era un sacrificio la espera recompensando porque con escuchar su voz ya estábamos drogados, aunque se colaran las monedas, tantas veces por estar estropeadas. Y ahora ya no se ve ninguna, las han quitado todas. Me viene a la mente la peli de "La cabina" de José Luis López Vazquéz jajaja.
Por otra parte, ahora estamos saturados, con las redes sociales, aunque yo entro muy poco, me gusta aprovechar mi tiempo por el mundo bloguer, me parece más creativo. Lees, comentas, compartes pensamientos, sueños, relatos... Me parece más maraviloso este mundo.
Y qué decir de los móviles, ya es por demás, es una auténtica droga, al primero que saludamos y al último que le decimos buenas noches. Y wasapat a todas horas. Estamos controlados. Con lo bien que se estaba con las cartas esas románticas que se escribían.
En fin, esto da para mucho, Manolo, gracias por este tema, muy actual.
Besos.
María... gracias por compartir tus reflexiones.
EliminarLa verdad es que admiro tu capacidad de generar emociones... de avivar el fuego de los sentimientos y sensaciones.... y tu disciplina para volcarlas en un texto... en una imagen. Y por si eso fuese poco, también admiro tu generosidad al pasar por estos rincones de la blogosfera (qué antiguo suena, ¿verdad?) y dejar tus pensamientos... u opiniones.
Dicho esto, los que hemos vivido esa época de escasez "comunicativa", sabemos valorar los pequeños gestos, mensajes... o llamadas, aunque sean perdidas.
La Cabina me encanta... situación absurda, kafkiana... agobiante. A la vista de todos... sin que nadie haga nada. La verdad es que nunca me han gustado las cabinas cerradas... quizás por eso siempre ponía un pie para evitar el bloqueo de la puerta, jaja.
Las redes sociales de hoy en día me aburren... no es posible hablar con nadie, conversar (con lo que a mi me gusta)... Es como si sólo se empleasen para difundir una realidad sin esperar, ni necesitar, una respuesta, un comentario.
En fin... no perdamos nunca el contacto... ¿de acuerdo?
Un beso, María.
Siempre es un placer leerte. Es cierto, tanta conexión agobia. Pero también tiene su lado positivo, como estas y otras interesantes lecturas y estos intercambios de opiniones. Es cuestión de elegir, no dejarse llevar, dosificar (cronometrar) ...
ResponderEliminarAunque exige mucha disciplina.
Gracias por los recuerdos y reflexiones
Un ciberabrazo
Gracias, Ulyses, por pasar por aquí.
EliminarEs cierto que hay opciones... que se puede elegir... aunque no siempre son del gusto de uno. En todo caso, es lo que dices: definir bien lo que quieres, lo que aceptas... y lo que no...
Y a estas alturas del cuento que es la vida... ya casi me conformo con que debajo de esas alternativas haya algo de vida inteligente, jaja.
Un abrazo.
Ha sido todo un placer leerte y ver qué todavía hay personas que recuerdan cuando hablar significaba estar presente con esa persona y compartir lo bueno y lo malo
ResponderEliminarHoy la comunicacion y el ego supera la verdadera amistad.
Un saludo.
Gracias, Campirela, por dejar tu reflexión.
EliminarAntes, bastaba una llamada para “estar” con quien amabas; su voz llenaba el vacío.
Pero eran las cartas, escritas con pausa, pensando y sintiendo cada frase, las que tejían el lazo duradero: porque la voz se desvanece, pero las palabras permanecen.
Ya no has vuelto a escribir más Manolo. Esperaremos...
ResponderEliminarUn beso.
María... soy tan vaaaago, jaja.
EliminarNecesito beber en la fuente de la inspiración...
Me tomaré una copa de vino... ;-)
Hola Manolo, estoy de acuerdo contigo estamos atrapados por la era digital, en mi caso no porque no tengo ni Facebook ni tiktok ni Instagram que me parece una perdida de tiempo.
ResponderEliminarPero la gente se entretiene subiendo fotos y vídeos continuamente, aunque lo que me parece más triste es cuando veo cuatro personas tomando algo en la terraza de un bar y las cuatro están en completo silencio cada una con su móvil...
Es algo que me parece increíble, acabaremos mudos o tontos...
Excelente post.
Un saludo
Hola, Nuria. Sí… en muchos casos las redes sociales son simples escaparates de la vanidad… Pero también es verdad que las reglas de juego, ahora, son así… y si quieres conversar o charlar, tienes que pasar por el aro de Zuckerberg…
EliminarEn todo caso, coincido contigo: el móvil es tan absorbente que en lugar de unir, aísla.
Por suerte siempre podemos dar un paseo por la montaña… sin cobertura, jaja.
Gracias por tu visita.