Bajo la luna llena, sus miradas se cruzaron, cargadas de anhelo y complicidad. Sus manos se encontraron… El roce fue eléctrico, un susurro de deseo contenido.
“No deberíamos…”, pero sus labios se unieron como dos imanes en un beso robado, breve pero intenso, que sabía a prohibición y libertad.
Se escabulleron a un lugar discreto, donde la urgencia dio paso a una ternura inesperada. Sus cuerpos, ansiosos por recordar lo que la rutina les había negado, se entrelazaron con cuidado, como si temieran romper el momento. Cada caricia, una intención; cada suspiro, una señal; cada embestida, una confesión.
Cuando todo terminó, se quedaron abrazados, riendo en voz baja, sabiendo que ese instante era prestado. Hablaron con franqueza: sus vidas seguían ahí, con las respectivas cuerdas que les ataban.
“Esto no puede ser más que un escape”. La realidad pesaba, pero no querían renunciar del todo.
“Podemos vernos… a veces.”. Encuentros furtivos, noches robadas, momentos que no pedirían más de lo que podían dar.
Se despidieron con un abrazo que prometía poco y mucho. Pero en sus teléfonos quedó un número sin nombre, un código para citas clandestinas. Sabían que no habría futuro, solo encuentros esporádicos, un café, una cerveza, o una habitación alquilada por horas.
Y así, con el corazón dividido entre la culpa y el deseo, aceptaron esa frágil tregua: amigos en la sombra, amantes a ratos, guardianes de un secreto con el que sentirse vivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sólo faltan tus palabras...